UNA OLEADA DE ESPERANZA

Por Andrea Gómez.......

Mi padre me había dejado como apellido coraje, pero en ese instante, el miedo invadía todo mi cuerpo. Mi cabeza daba vueltas tratando de eliminar cualquier recuerdo de violencia registrado en ella. Pero a pesar de ello se encadenaban a mí, como las raíces de un árbol a la tierra, haciéndome rememorar todas las injusticias cometidas ante mí: violaciones, esclavitud, guerras…
Todas ellas con el fin de hacerme infeliz e intranquila, pero aunque cueste creerlo, no lo habían conseguido.


Mi sueño no era como el de cualquier otra adolescente, poder alzar la voz ante todas las injusticias que el hombre cometía diariamente me sentaría mejor que un plato de comida después de dos semanas de hambruna.
Soy víctima de desigualdades sociales y políticas, he sido violada, condenada a la esclavitud, incluso he visto como asesinaban a mis padres con mis propios ojos. Pero puedo  decir muy orgullosa que nadie ha conseguido parar mis ideas aún.

Algunos me tomarán como una cobarde al huir de mi país, pero esto no es tan simple como una huida, es la búsqueda de una vida mejor, estable, una vida con derechos y sin desigualdades, donde poder ser y hacer feliz a cualquiera.
A veces en la vida hay que tomar decisiones que uno mismo no quiere, pero sean cuales sean, se trata de aceptarlas y echarle valor. Y así es como yo emprendí mi viaje.

19 de enero de 2010.
Me subí en aquella barca a la que apodé “esperanza”. Éramos 15 personas en escasos 2 metros cuadrados, pero todos con un mismo objetivo: la libertad y búsqueda de una vida mejor.
Atrás habíamos dejado lo único que teníamos en manos de aquel viaje.

Al zarpar, mientras observaba el oleaje del mar, pensaba en todo lo que me había ocurrido hasta ese momento y lo afortunada que era, a pesar de todo, de poder seguir allí luchando por una vida más justa y digna.
Día tras día veía como las ilusiones de muchos de los navegantes se hacían mil pedazos. Las olas  se llevaban a su paso numerosos sueños sin realizar, junto con la vida de algunos aquellos que solo buscaban lo mejor para ellos.

Pero a pesar de la dureza del camino, me mantenía fuerte. Mi cuerpo, débil, aunque con una fuerza interior, me jugaba en ocasiones malas pasadas, pero mi esperanza era mucho más fuerte que todo aquello.
25 de enero de 2010.
Mi cuerpo no lograba sostenerse en pie. Se me habían agotado todas las fuerzas de las que disponía. Pero entre el mareo del viaje pude distinguir a lo lejos la presencia de tierra.

Al llegar a la orilla, solo quedábamos cuatro personas, dos hombres, una mujer y yo. Enseguida caímos desplomados en el suelo. Mi energía fallaba por momentos, mi cabeza ya no era dueña de mi cuerpo.
Temiéndome lo peor, escribí un mensaje en la arena: “Lo importante no es el camino, sino lo que has luchado para recorrerlo.

Al fin y al cabo, “la esperanza es lo último que se pierde”.