Por Noelia Jaramillo...
A
Amanecí ese día sintiendo que algo me tenía que pasar.
A
Amanecí ese día sintiendo que algo me tenía que pasar.
Me levanté tarde y no
me dio tiempo a hacer muchas cosas.
Hice todos los deberes
porque sabía que si no, no los haría hasta el domingo.
Mi madre me hizo la
comida y después seguí estudiando. Luego estaba tan liada que ya no aguantaba
más.
¡No soporto a mi madre!
Me dice que haga veinte mil cosas, una seguida de otra.
Por suerte, era fin de
semana y me tocaba con mi padre. Venía a recogerme a las siete para ir a cenar
fuera.
Ya quedaban dos horas
para marcharme y no terminaba de recoger mi habitación. Me di prisa en hacerlo
para que mi madre me dejase en paz, y me alisté enseguida.
Ya sonó el claxon de
coche. Mi padre ya me estaba esperando.
Al instante cogí el
móvil, los cascos, las llaves y bajé las escaleras corriendo.
Me llevó a cenar a mi
restaurante favorito, al buffet de pizzas italianas. ¡Cómo me conoce! Me hinché
de pizzas de todo tipo.
Mientras estábamos
cenando, se puso nublado y empezó a llover. Tan mala suerte tuvimos que no
pudimos ir a dar un paseo por Sol.
Por ese percance
tuvimos que ir a casa de mi padre, donde encontramos a mi abuela viendo la
tele.
Al llegar mi padre le
dio la medicina y me quedé un rato hablando con ella.
Ese rato al final se
nos hizo largo pues me contó lo que pasaba ella día a día en la casa donde
estábamos. Me dijo que al ser la casa antigua, veía a gente que antes vivía
allí.
Son personas
desconocidas que van a visitarla cada vez que se queda sola. No le asustan y ni
le preocupan. Al ser ya mayor, casi nadie la cree, solo familiares cercanos.
Justo esa noche me
tocaba dormir ahí.
Cuando llegó la hora de
irnos a la cama le di un beso de buenas noches a mi abuela y después mi padre
me acostó a mí.
De repente la tormenta
y los truenos que había, desaparecieron. Se hizo el silencio absoluto.
Me desperté a media
noche por el sonido del timbre. No creía que estuvieran llamando, de modo que
mire el reloj y vi que eran las tres de la mañana.
Como llamaban
insistentemente, salí de la cama sobresaltada y cogí una linterna. Caminé sobre
el pasillo y eché un vistazo en la habitación de mi padre. Estaba profundamente
dormido, igual que mi abuela.
Seguían llamando y no
sabía qué hacer.
Fui a mirar por la
mirilla y la luz de las escaleras estaba apagada, no veía nada, ni a nadie.
Noté como alguien me
tocaba el hombro y cerré los ojos con mucha fuerza.
Me temblaban las
piernas.
De repente escuché la
voz de mi padre, me di la vuelta y me preguntó que qué hacía levantada.
Le contesté que estaban
llamando y me dijo que me fuera a dormir.
Me venían muchas cosas
a la cabeza y no me quedaba tranquila.
Al rato me volví a
levantar, encendí la linterna e inspeccione todos los rincones de la casa.
En el cuarto de estar
solo estaban los cuadros de mi padre. Muchos de ellos eran retratos.
Me sentí muy observada
y salí apresurada con cuidado, sin tirar nada.
Al instante escuché
como algo se había caído en la otra punta de la casa. Se escuchaba en la
cocina.
Iba andando nerviosa y
al tener solo una lucecita con poca intensidad no imaginaba lo que iba a pasar.
Volví a pasar por el
pasillo y mi padre y mi abuela seguían durmiendo. Me paré por un momento y vi
una sombra junto a mi abuela.
Me quedé tan asombrada
que no supe cómo reaccionar. Veía como le acariciaban el pelo.
Empecé a gritar y
comenzaron a salir muchas sombras por todos lados. Mi abuela se despertó y
tranquilizó a las almas que rondaban por allí. No quería que viera eso, pero
mis gritos era como que los llamaban.
Ese día, supieron que
yo también veía almas igual que mi abuela. Nadie más es capaz de hacerlo.