Por Diego Córdoba....
-Bien Sr. García- me dijo el inspector- cuéntemelo todo otra vez y ahora sea sincero.
-Bien Sr. García- me dijo el inspector- cuéntemelo todo otra vez y ahora sea sincero.
Ya
le había contado la misma farsa unas diez veces. La farsa que llevo cubriendo
desde hace más de 50 años, solo por pensar que nadie creería mi verdadera
historia.
Así
que esa vez, decidí contarlo todo con exactitud y sin omitir nada, aún sabiendo
que serían mis últimas palabras.
-Está
bien, se lo contaré todo otra vez, pero por favor no me interrumpa.
Él asintió, así que yo continué.
Otro año más, mis hermanos y yo nos dirigíamos a la feria del pueblo. Como siempre, primero nos montaríamos en dos atracciones que nos llamaran la atención y luego, iríamos a ver el espectáculo en la carpa.
Él asintió, así que yo continué.
Otro año más, mis hermanos y yo nos dirigíamos a la feria del pueblo. Como siempre, primero nos montaríamos en dos atracciones que nos llamaran la atención y luego, iríamos a ver el espectáculo en la carpa.
No
sé cómo se atrevieron a hacer este año la fiesta después de lo que ocurrió en
fin de año. Fueron los peores doce
segundos de toda mi vida y siempre los recordaré con pavor.
Pensábamos no ir ese año al pueblo, pero por
casualidades de la vida celebramos allí las navidades. Ojalá hubiera pasado
cualquier cosa para evitar esos 12 segundos e incluso, todo el invierno.
En
Halloween, los niños iban pidiendo chuches, como cada año, casa por casa.
Además, ese año un señor montó una casa del terror para aquellos que fueran más
valientes. Éramos los segundos y cuando íbamos a entrar mis amigos y yo, los
primeros niños que habían entrado salían corriendo.
Pensábamos
que solamente se habían asustado y seguíamos con ganas de entrar, pero
enseguida descubrimos por qué corrían tan rápido.
En
la puerta, había cuatro cuerpos de cuatro niños que yo reconocía. Eran mis
compañeros de la guardería, del pueblo: Thomas, Eric, Newt y Javi. Solo con ver
sus cuerpos me podía imaginar la violenta escena. Toda la puerta estaba llena
de sangre, con las extremidades de cada uno de ellos cortadas y colocadas en
forma de cruz.
Decidimos
avisar al alcalde, para que nadie pudiera entrar a esa casa y este, la cerró
inmediatamente.
En
Nochebuena, extrañas luces surgían del cementerio, por lo que después de
nuestra cena familiar, mis primos, hermanos y yo fuimos a investigar.
No tendríamos que haberlo hecho, pues con
suerte salimos vivos de aquellos seres que surgían de entre las sombras, con
sed de sangre y ganas de hacernos sufrir.
Eran como personas corrientes a las que les
habían arrancado los ojos y tenían una enorme marca negra de la que salían
ramificaciones que se alargaban por todo su cuerpo lleno de sangre.
Corrimos
lo más rápido que pudimos y todos logramos escapar excepto mis dos primos
pequeños, Benjamín y Arturo. Nunca les había oído gritar de aquella forma, e
incluso aun puedo sentir como sufrieron aquella noche.
Al día siguiente, en
Navidad, celebramos el funeral de mis primos.
Vino
todo el pueblo, hasta el Alcalde, pero sus hijos no aparecían por ningún lado.
Al final del funeral, el cura decía haber
visto dos lápidas que él no recordaba.
Fui
a verlas y el padre tenía razón. Eran nuevas y la tierra estaba recién
removida. Al quitar la tierra, el sepulturero no podía creer lo que veían sus
ojos. Eran los hijos del Alcalde, descuartizados y llenos de marcas de
quemaduras, como si un ser del infierno los hubiera maltratado.
El alcalde, atormentado, se quedó durante toda
la noche en el cementerio, llorando por los chamuscados cuerpos de sus hijos.
En
la última festividad de la Navidad, la Nochevieja, todos ya estaban más
tranquilos, con pocas ganas de fiesta, pero más apaciguados. El Alcalde, había
propuesto tiempo atrás celebrar una cena común en la plaza del pueblo, a la que
ni él ni mis tres mejores amigos habían asistido. Yo esperaba estar con ellos y
cenar alegremente, pero tuve que estar con mi familia aguantando sus historias.
Justo
antes de las doce campanadas, apareció el Alcalde en lo alto de la torre de la
plaza. Estaba en una posición extraña, como si estuviera ahorcado por la aguja
que marcaba el doce. Nadie sospechó nada y entonces, empezaron los cuartos.
Se
acercaba el momento y yo me temía lo peor.
La
primera campanada sonó, y con ella cayó el cuerpo de Thomas, el cual pensaban
todos que estaba enterrado.
Con
la segunda, cayó el cuerpo de Eric. Con la tercera el de Newt y así
sucesivamente…
Con
la novena, décima y undécima campanada, mis sospechas se hicieron realidad:
cayeron los cuerpos de mis mejores amigos. Pero la duodécima se retrasó, haciendo
más insoportable el sufrimiento de toda la gente del pueblo. Todo el mundo
apartó la mirada de aquella torre, hasta que sonó la última campanada, con la
que cayó el cuerpo del alcalde.
No
se sabe por qué, ni cómo pasó aquello esa noche del 92, pero todo el mundo la
seguirá recordando durante toda la vida.
Yo
personalmente, porque fue la noche en la que vi los once cuerpos de mis grandes
amigos…
Este
año parece que al pueblo no le ha importado nada. Han elegido un nuevo Alcalde,
están volviendo a celebrar las fiestas, y han vuelto a poner la feria del
pueblo. Es como si no le importase a nadie la muerte de aquellas doce personas.
Pensé
en hacer algo que les marcara para siempre, para que nunca olvidaran que la
muerte está presente.
Pero
me detuve un momento a pensar en cuáles serían las consecuencias y en qué
razones tenía para hacer aquel atroz acto que tenía en mente. Tenía 12 razones,
cada una de las cuales más importante que la otra, y por las que llevaba toda
mi vida siendo como era…
Gracias
a mis amigos de la guardería, yo seguía yendo al pueblo. Gracias a mis mejores
amigos no me aburría y cada día era una aventura nueva. Gracias al Alcalde y a
sus hijos, el pueblo era tal y como era. Mi sed de venganza seguía aumentando.
-¿Y
al final hiciste algo? – me pregunto por primera vez el policía.
-Claro.
Fue en aquella gran carpa, en la que sabía que todo el pueblo estaría reunido
donde coloque las doce bombas. Una por cada muerto de aquella noche. Salí con
la excusa de ir al baño, y ya lejos de aquella carpa, active las bombas. Nadie
sobrevivió.
Me
acerqué a ver la escena. Todo lleno de sangre y de cuerpos descuartizados. El
dolor y el sufrimiento se notaba en el ambiente y yo, no sé por qué, pero
estaba muy feliz de haberlos matado a todos Fue como aquella noche del 92, otra
noche que espero que todo el mundo recuerde. O si no tendré que actuar de
nuevo. Tendré que buscarme otras doce víctimas y otras formas de matarlos.
-Todo
este tiempo -intervino el inspector- ¿fuiste tú?
-¿Quién
cree que fue? Es usted como aquellos estúpidos pueblerinos. Qué casualidad que
fuera yo el que descubrió todos los cuerpos ¿no cree?
-
Eres un monstruo – me gritó agresivamente-
-
¡Qué cree!, ¿que lo hice si razón? Solo
quería crear un crimen que nadie pudiera resolver. Y he de decir que les ha
costado 50 años.
Ya
mi vida se acaba y solo me queda una cosa por hacer. Terminar el crimen matando
al único testigo de la catástrofe del 92. Así que, si inspector. Esta es
nuestra última noche.
Entonces
toda la comisaria voló en pedazos. Esto es lo único que se sabe de la catástrofe
del 92. Aunque la confesión del autor de aquellos crímenes no basto para
resolver el caso. Había quien pensaba que era una leyenda, por las cosas
sobrenaturales que relataba en su confesión. No obstante, aquel caso seguía
abierto…