UN ENIGMA POR RESOLVER

Por Priya Umesh....

10 de Junio del 2014 fin de curso de mi universidad, gente loca corriendo por los pasillos, profesores tirando exámenes por el aire, en fin, lo típico.
Salí junto a mis amigos para ir a tomar algo, pero jamás pensé lo que estaba a punto de ocurrirme.

Como os estaba contando, llegamos a los 100 montaditos y pedimos cuatro cañas y cuatro mini hamburguesas. Estuvimos charlando durante dos horas antes de volver a la universidad y recoger nuestras pertenencias.
Tras llegar, descubrimos que ya no había nadie, ni siquiera el guardia que debería estar vigilando veinticuatro horas.
Caminamos hacia las residencias, nada.
Cada paso en solitario me parecía más extraño, ¿cómo podía haber desaparecido la gente en apenas dos horas?

Un toque por la espalda me hizo pegar un grito que ni yo misma imaginaba. Era una compañera de mi clase de psicología. Esta me dijo:
- No digas nada, nos están vigilando- y se marchó.

Muy extrañada seguí caminando junto a mis amigos. Decidimos ir al auditorio donde al finalizar el curso siempre se realiza una pequeña despedida.
Llegamos y veo a una chica sentada en primera fila, le digo que donde está el resto de la gente, pero no obtengo respuesta.
La chica no se mueve, tiene la vista fija al frente y parece no reaccionar con ningún movimiento.
Nos vamos, pero la chica me coge del brazo y me dice:
- No digas nada, nos están vigilando.

Recuerdo que mi compañera de psicología me dijo textualmente las mismas palabras.
No sabía qué hacer, qué pensar; solo tenía ganas de llorar y de obtener un abrazo de mi mejor amigo pero me giro y no veo a ninguno de ellos.

Me siento al lado de la chica y comienzo a llorar, noto como las lágrimas caen en el suelo del auditorio.
Decidida me levanto y me digo que si sigo aquí llorando como una niña no voy a resolver nada.

Abro la puerta para salir cuando veo que la pantalla del auditorio está bajando y voy a sentarme. Un señor se proyecta y me dice:
- Tengo a tus cuatro amigos retenidos, harás lo que te digo o si no morirán.
¡No daba crédito!, ¿por qué me sucedía esto a mí?

Diez minutos después veo que aparece el mismo hombre por la pantalla.
- Quiero que tu sola realices el juego de la ouija, ¿lo conoces?
- Sí- respondo.
Al instante este desaparece y veo que al fondo de la sala aparece con el tablero, el vaso, la vela y se marcha.

Asustadísima me dispongo a hacerlo, enciendo la vela y las luces se apagan. En una hoja aparecen las preguntas a realizar.
- Hola, ¿Hay alguien ahí? Nadie responde.
- ¿Quién eres? -. Y el vaso se mueve y me deletrea la palabra “SOCORRO”.
- ¿Qué quieres de mí? -. Y este me contesta “TU AYUDA”.
Una vez realizadas las preguntas me siento en una silla y me dispongo a esperar.
Ya eran las diez de la noche y nadie aparecía.

De repente suena mi teléfono y veo el nombre reflejado: “Mejor amigo”.
Al límite del llanto contesto:
- Kevin, Kevin, ayúdame ¿Dónde estás?
- No digas nada, nos están vigilando.
- Kevin, por favor ayúdame, te necesito-. Pero la llamada se corta.
Dos horas después, no sabía qué hacer, barajé la posibilidad de llamar a la policía pero sabía que si esto pasara matarían a mis amigos.

Ya eran las doce y decidí volver a casa, no estaba muy convencida pero era la única solución que había.
Cuando llegué fui directa a la cama a pensar sobre ello, ¿quién sería la chica o chico de la ouija que necesitaba mi ayuda?
Hoy tengo 30 años de edad y vivo en un manicomio a raíz de este suceso.
Jamás descubrí donde estaban mis amigos, jamás supe quién necesitaba mi ayuda, jamás resolví el enigma.